jueves, 11 de agosto de 2011
Deber y Querer
Había una vieja bicicleta en casa, colgada siempre de un lado en el estrecho patio colindante a la cocina. Uno de mis pasatiempos favoritos era darle vueltas a la rueda delantera para verla girar y girar. Cuando el movimiento amainaba, mi mano se encargaba de hacerlo reanudar, permaneciendo extasiado por eternos minutos contemplando sus revoluciones. Ignoro cuál pudo haber sido el subyugador misterio de las vueltas sin fin de aquel aro oxidado, pero me sentía cautivo de ellas. Ha pasado el tiempo y esa rueda añorada pareciera seguir girando, aunque ya no forma parte de un juego ni soy quien la hace girar. Ahora soy el que gira y gira atrapado entre sus rayos bajo el impulso de una mano invisible, que no es la mía.
Hay una verdad que no se puede rehuir ni aligerar. Muchos de los que estamos disgustados con el mundo y trabajamos sin descanso para reinventar la manera de habitarlo, estamos subidos en el mismo barco y formamos parte de una misma tripulación. Como el destino de la nave es Ítaca, el osado viaje impone obligaciones comunes que no cabe eludir. Pero el camino es fascinante, aleccionador, arriesgado, misterioso, y no existe una sola manera de vivir la travesía o de enfrentarla y aprender de ella. Hay que ayudar a mantener el barco en rumbo y hay que luchar contra los cíclopes, sobre todo con los que se meten en tu alma haciéndote sentir más grande de lo que en verdad eres, pero necesitamos permitirnos a la vez visitar los emporios de Fenicia o a los sabios ancianos de Egipto. No podemos dedicarnos sólo a remar y remar.
Según Kavafis, necesitamos también del nácar y el coral, de todos los asombros de la ruta, pues debemos llegar enriquecidos al destino que buscamos conquistar. El asunto es que no siempre nos parece eso posible y hasta nos sentimos atrapados a veces en un dilema moral. Hay responsabilidades que pesan sobre tus hombros por su gravedad o por la importancia que tienen, hay otras que te agobian por la velocidad que te demandan, hay varias que se sufren porque se suman y se juntan en el tiempo, hay algunas que abruman porque te exigen algo más de lo que puedes dar de ti mismo, y también hay las que doblegan tus espaldas por reunir todas las cualidades anteriores en una sola o en varias tareas a la vez.
Y si todas ellas son de algún modo ineludibles y aportan a tu vida o a la vida de los demás no sólo un beneficio sino el valor del deber cumplido, pero no atraviesan plenamente la zona de tus deseos, puedes agregar un punto más a ese estado sordo de desasosiego que no logras ahuyentar ni en tus periodos de tregua.
Luego, no querrás bajar en ningún puerto, ni desear siquiera el ámbar o el ébano para deleite de tus ojos. Por lo mismo, tampoco creerás correcto ocupar el lugar del ilustrador de la ruta, el del cronista o del narrador de aventuras, ni el del cocinero exquisito, del avizorador de horizontes, del trovador más diestro en las artes del laúd o el de sagaz consejero del capitán. Sentirás que sólo hay un puesto verdadero para llevar la embarcación a la tierra prometida o que sólo hay un sitio disponible para ti. Y no te será fácil descubrir que tan importante como encontrar tu lugar en el trayecto, es aceptar que hay más de uno a la medida de tus dones y tus expectativas.
Al final, quizás ni el aro de mi vieja bici fue un simple objeto de mis juegos infantiles ni yo un juguete inerte de los movimientos apremiantes del aro imaginario de mis compromisos adultos. Porque siempre habrá dinámicas que yo pueda generar desde el corazón y otras a las que deba sumarme con no menos ilusión e intensidad, y en ambos casos con la misma necesidad e igual derecho. Encerrarnos en sólo una de ambas posibilidades puede ser lo que termine empobreciéndonos o dejándonos a merced de la culpa.
Aceptarlo, claro está, tampoco eliminará el conflicto de vivir varias vidas en una y en el mismo cuerpo, como en la canción del pirata de Joaquín Sabina. Pero al menos extinguirá el tormento de sentirnos traicionando a Ulises el día que queramos soltar el remo por un rato, para convertir a Ítaca en una sencilla canción de amor.
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A las
11:38 a. m.
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