Edición mexicana de "Marvila, la Mujer Maravilla". |
Los sábados en la tarde, luego de cobrar nuestro semanal como monaguillo, de manos de Sor María de la Caridad, monja de la orden del Perpetuo Socorro en nuestro natal pueblo de Mao, nos dirigíamos puntualmente hacia la Farmacia Bogaert tras las historietas que publicaba la mítica Editorial Novaro de México sobre los más diversos personajes que encandilaban nuestra imaginación. Algunos las coleccionaban, otros después de leerlas las intercambiaban, muchos las vendían para seguir comprando nuevos números. En ese tiempo tenían un precio escandaloso para muchos "bolsillos pelados" como los nuestros: diez centavos. Costaban lo mismo que una batida de frutas con leche de la Barra Central o una entrada a la tanda dominical del viejo Teatro Jaragua que era mucho decir.
Aunque muchos expertos consideran este tipo de lectura como simplona, lineal y de poca profundidad narrativa, otros entienden que realmente llena una función educativa, considerando el amarre que hace hacia otras formas de lecturas más expresivas y provechosas culturalmente. Su contenido humorístico contagia con más facilidad que los textos no gráficos. De ahí el atractivo de esta modalidad de publicación hoy lejana a los niños. Cuanto nos deleitábamos con una serie de personajes tan variados como lectores tenían. Desde un Llanero Solitario enmascarado cabalgando su caballo "Plata" y siempre acompañado de un fiel amigo indio llamado Toro, hasta ese Superman todopoderoso que aniquilaba delincuentes, pero cuyo "pariguayismo" nunca le permitió dar un solo beso a su eterna enamorada Luisa Lane. Desde aquel Tarzán colonialista, afincado en África donde saltaba como los monos de bejuco en bejuco (lianas), hasta ese caballero misterioso de capa roja y sombrero de copa llamado Mandrake el Mago. Pasando por personajes sencillos pero llenos de chispa, como el pescador y aventurero mejicano Chanoc y su borracho padrino Tsekub Baloyán o aquella pareja de Benitín y Eneas, un grande y un chiquito que siempre andaban juntos o aquel matrimonio ejemplar que componían Lorenzo y Pepita Parachoques. Sin olvidar la Pequeña Lulú, simpática, alegre y juiciosa, amiga de Toby, Fito y Anita. Recuerdo a Daniel el travieso con su gorra ladeada y el tirapiedras en el bolsillo trasero rompiendo cristales por todo el vecindario.
Qué decir de Olaf el Vikingo quien nunca se quitó de la cabeza un casco pesadísimo con dos pullas de metal o un Trucutú tan truculento y pre-histórico como los hombres de la caverna. Nos maravillaba Batman, ese héroe de la Ciudad Gótica que junto a su inseparable camarada Robin se movía en el más apetecido de los automóviles, el Bati-carro y usaba los mejores artefactos: el bati-reloj, la bati-bota y creo que inventó hasta la batidora. Fascinaba El Fantasma, tan grandote andando con botas y traje de baño pero escondido tras un antifaz. Los varones nos enamoramos de La Mujer Maravilla, de senos exuberantes y una estrella en la frente, aunque respetábamos su perfil feminista y desbarata hombres. Los gringos nos hicieron confundir con un paquete de vaqueros malos que parecían los buenos de la película, con la ventaja de sus Colt 45 aniquilaban indios y bandidos que muchas veces eran más nobles y menos arrogantes (temo que ahí empezaron los famosos intercambios de disparos). Asoman a mi recuerdo los Hopalong Cassidy, Roy Rogers, Gene Autry y Red Ryder. Diferentes eran los animales que exportaba el Tío Sam que si tenían mucha gracia: El Pájaro Loco, Tom y Jerry, Garfield el Gato, Mickey y su novia Mimí (a veces sueño que ellos se casaron y de ahí han salido todos los benditos "mouse" que tienen las computadoras). Tribilín tan fiel como inolvidable, el Pato Donald y su novia Daisy y su capitalista Tío Mac. No podían faltar los espías como Dick Tracy, los marines imperialistas como As Solar o aquel otro marinero comedor de espinacas llamado Popeye. Te amo Oliva. Adorábamos a Archie, a Memín, a Beto el recluta, a Chiricuto (el más bruto de todos los guardias) y al flaco de Torombólo. No soportábamos al Dr. Merengue por su ironía e hipocresía ni a Ramona, aquella sirvienta tan estúpida como sus vanidosos patrones.
Desde el México lindo y querido surgieron muñequitos latinoamericanos que tenían mensajes más positivos y un contenido cercano a nuestras tradiciones. Con el título de "Vidas Ilustres" conocíamos las biografías de grandes personajes de la historia como Napoleón, Arquímedes, Sócrates o Alejandro Magno. "Vidas Ejemplares" era otra serie parecida pero abordaba las vidas de los santos de la iglesia. Una colección muy apreciada llevaba por nombre "Aventuras de la vida real" y recuerdo con especial asombro una colección titulada "Leyendas de América", donde se presentaban cuentos y creencias populares típicas de nuestros países latinoamericanos. Nunca he podido olvidar un capítulo de una de estas Leyenda de América donde se relataba la superstición de que "cuando un búho canta, un indio muere, esto no es cierto pero sucede", me causó mucha impresión esta leyenda folclórica de los aztecas quienes consideraban al búho como una figura demoníaca y de mal presagio. Decían que si el búho cantaba por las noches un indio moría. Pura tradición, pero resulta y viene a ser que pocas noches después de leer aquella tenebrosa narración, sobrevoló por nuestra calle una lechuza produciendo su misterioso graznido, al despertarnos al otro día se regó por el barrio que esa noche había muerto un conocido personaje, vecino del famoso Colmado de Sebastián, creo que en la Calle Luperón. ¡Vaya usted a ver!
Ya en nuestra primera juventud (ahora voy por la tercera), llegó Mafalda, la famosa tira cómica del dibujante argentino Quino. Aquello era otra fragancia. Tras esa niña (algunos llegaron a decir que era una adulta enana) protestona y desinhibida se apreciaban los toques de una ideología cultural nueva y comprometida, mensajes de contenido social y aires de rebeldía. Como le gustaban Los Beatles y detestaba las sopas, rápidamente hicimos empatía. Estaba rodeada de niños intelectuales, Felipe, Susanita, Miguelito y Manolito, formando un grupo que revolucionó la caricaturesca hispanoamericana. Una cosa es muy cierta, los muñequitos o paquitos hicieron más felices nuestro tránsito por los años infantiles. _ Cualquier tiempo pasado fue mejor! Al menos eso dijo el poeta español Jorge Manrique en las "Coplas a la muerte de mi padre".
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