
lunes, 25 de octubre de 2010
Silencio en la Noche

No te culpo. Han sido tantos años. Nos hemos acompañado mucho y no siempre sentí cuan malo podía resultarme caminar de tu brazo a todos lados, como si fueras una parte de mi mismo. No ha sido malo para ti, evidentemente, no tienes la culpa de ser quien eres, está en tu naturaleza convocar el dolor y a pesar de todo, lo sabes bien, te he necesitado demasiado. Ahora estás aquí de nuevo, no sé por dónde entraste y se ha inundado esta habitación de sensaciones lacerantes, como si se hubiese violentado alguna puerta sellada, de esas que todos desaconsejan abrir.
Se siente tu melodía a la distancia. Se mete ahora por mis venas y se desborda por mi respiración. Conozco ese piano. Es Erik Satie. Es su Gnossienne número tres. Siempre te anuncia, siempre se escucha cuando llegas. Quizás necesitaba verte y lo supiste antes que yo. Siempre lo sabes. A veces se me desacomoda un poco el hígado, los pulmones o el corazón, a fuerza de agitar mis confianzas más allá de sus límites, y me mancha la piel, los ojos, el horizonte, con el color de la sangre. Será que esa es la señal que tú percibes desde lejos y que ilumina mi cielo con un murciélago oscuro, un cielo como el de hoy, sin luna.
Hace frío ahora. Perdóname si no te pido que te quedes. No esta noche, no conmigo, no otra vez. No tengo nada contra ti, te lo aseguro, y aunque sé que volveremos a vernos, no vengas a quedarte. Todo está bien, todo está en orden. Sólo cierra la puerta al salir y, por favor, llévate de regreso los infaustos duendes que vinieron contigo.
A las
5:04 p. m.
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