Hace un rato estuve hablando con un pata de la universidad por el messenger. Estábamos hablando de un tema pendiente sobre una chamba que le encomendamos y de repente me suelta esta pregunta:
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Tío, ¿tú estarías con una chica que no tenga una profesión?
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Le respondí que no. Y mi pata respondió que él tampoco y que no le parecía prejuicioso pensar así. Y la verdad yo tampoco creo que lo sea.
Porque quieran reconocerlo o no, el tener una profesión, no nos hace superiores sino que nos hace ver las cosas de forma diferente. Tener una profesión implica mayores compromisos. El solo hecho de elegir una carrera a estudiar demuestra que tienes un proyecto de vida el que podrás materializar, desarrollándote en lo que te gusta hacer. Seguramente luego buscarás formar una familia y en ese trance, conocerás muchas personas con las que te involucrarás, algunas veces más que otras, pero algo aprenderás de eso intentos, hasta que encuentres a la persona correcta, que comparte los mismos -o cuando menos los más cercanos- intereses que tú. Y no es que sea un insensible ni un materialista ni mucho menos, pero tu proyecto de vida también comprende alcanzar cierto grado de comodidad financiera que será menos difícil de lograr si tu pareja también ejerce alguna profesión.
Y con lo que voy a decir, tal vez me muestre como un vil discriminador, pero uno mismo se siente mejor estando al lado de una persona que también ha logrado un nivel académico diferente. Y lo digo por propia vivencia.
Recuerdo que alguna vez, cuando estaba en el colegio, me enamoré de una chica de un colegio de mujeres que quedaba cerca al mío. La conocí en una fiesta. Y luego la iba a buscar y así fui conociendo a sus demás amigas, quienes por cierto luego tomaron conocimiento de mi buen rendimiento escolar. Un día, una de sus amigas me preguntó que por qué yo andaba detrás de la niña en cuestión y yo le dije que porque me gustaba y me caía bien. Luego me dijo, entonces si la quieres tanto, ayúdala con sus cursos porque parece que otra vez va a jalar de año. Y créanme que con eso, me mató.
A los días siguientes me puse a averiguar si tal afirmación tenía sustento y lamentablemente confirmé la información.
Y me sentí mal.
Me sentí mal porque yo esperaba que la chica en cuestion fuera, por decirlo de alguna manera, estudiosa. Porque el amor también implica admiración, respeto, reconocer el valor de tu pareja por lo que es, por lo que hace. No es suficiente el bajar las estrellas o el regalo más caro o el pedirle al reloj que no marque las horas. El amor implica la atracción, el gusto, el deseo, y también el respeto y la admiración por tu compañera. Y es precisamente en la admiración por el otro donde radica el valor que reconocemos en nuestra pareja, las cualidades que la hacen única, encantadora, irremplazable, y por lo cual realmente nos enamoramos. Y porque todos, finalmente, queremos ser admirados.
Luego de confirmar el pobre desempeño académico de la niña aludida, dejé de pensar en ella. Dejé de buscarla. Esporádicamente tenía noticias de ella. Hasta de vez en cuando le llamaba por teléfono. Pero mis intenciones ya no eran las mismas.
El año pasado la encontré en una discoteca del boulevar de Los Olivos. Hablamos y me preguntó que había sido de mi en casi cuatro años que no nos veíamos. Le dije que estaba por obtener mi título de abogado y que trabajaba en una minera. Cuando le pregunté por ella me dijo que trabajaba en un negocio de su padre, pero que también quería estudiar en la universidad. Créanme que esto último lo dijo con una cara de avergonzada. Con cara de "este es algo y yo no, qué roche". Luego la volví a ver con un tipo por el centro de Lima, pero eso será materia de otro post.
El ser selectivos es algo natural en los seres humanos. Desde niños. Elegimos los juguetes, los dulces, los amigos, la música.
Finalmente, es falso aquello de que el amor es ciego. Cuando menos para mi no lo es. El amor tiene su componente racional. Puede que sea mínimo. Imperceptible. Pero el amor también es racional.
Por eso nadie se ha muerto de amor.
Les corro traslado de la pregunta a quienes tengan a bien absolverla. Sin mayores roches que las faltas ortográficas que pudieran cometer.
