Esta es la historia de un padre australiano que realizaba cada año el Ironman (hombre de hierro) de Australia, y su mayor ilusión era competir al lado de su hijo en tan dura prueba. Había además una particularidad: su hijo padece -desgraciadamente, pensarán algunos- una severa parálisis cerebral. Este australiano nunca vio la situación de su hijo como un obstáculo insalvable y entrenó duramente junto con su hijo por varios años, hasta que llegó la hora. Finalmente, inscribió a ambos en el Ironman de Australia. Era plenamente consciente de que esta prueba es sólo para gente muy recia, con convicciones firmes y un espíritu de lucha fuera de lo común. Algo, realmente, al alcance de muy pocos.
La prueba está compuesta por tres partes, comenzando casi siempre al amanecer: La primera, nadar en el mar o un lago un tramo de 4 kilómetros. Segunda, al salir del agua, hacer un recorrido en bicicleta de 180 kilómetros, con fuertes pendientes en el itinerario. Y, finalmente, la prueba termina, nada menos, que con un maratón de 42.5 kilómetros, que termina por extenuar física y mentalmente a los competidores.
Los campeones del mundo realizan la prueba en 8 horas y 15 minutos, aproximadamente. El australiano de nuestra historia la consiguió terminar en casi 17 horas y, por tanto, ya entrada la noche. Su fortaleza de espíritu fue superior a su resistencia orgánica. Y por eso llegó a la meta. Y su hijo también. Estos sí son un par de hombres de verdad.
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