No es que no lo sepas o no lo puedas saber. Quizás no te diste el tiempo de pensarlo, no te lo permitiste o abandonaste el esfuerzo a la mitad del camino, por fatiga o por desesperación. Hay cosas que sabes, más de las que supones y que no les das valor o no utilizas o no sabes cómo servirte de ellas para inventar la solución que buscas. Hay también cosas que no sabes, pero que puedes conocer porque sabes quiénes las saben o quienes pueden conocer al que las sabe. Y de seguro sabes cómo encontrar a esas personas y cómo hacerles la pregunta que necesitas. Sólo hace falta atreverse, confiar y perseverar.
Nada de esto te librará del error, eso es seguro. Pero sí de la vergüenza que nace de la dependencia y la subordinación al de mayor jerarquía, así sepas que sabe menos que tú; de la angustia que nace de la inseguridad y de la parálisis; o simplemente de la desesperanza ante los problemas que parecen no tener una puerta de salida o una ventana de escape.
Milton Erickson estaba convencido –quizás como Sócrates- de que las respuestas a nuestras interrogantes más opresivas estaban dentro de nosotros. No porque tuviéramos un banco genético de respuestas hechas, sino más bien las experiencias, las ideas y las habilidades suficientes para empezar a construirlas por nosotros mismos. Mantener la serenidad ante las dificultades, concentrarnos en nuestro propio saber y abandonarnos a la confianza en nuestra posibilidad de resolverlas, eran ingredientes básicos de su fórmula para la autohipnosis.
Ciertamente, si no lo crees posible ni te provoca intentarlo, tienes tres opciones: abandónate a la rabia, déjate llevar por la indolencia o entrégate en los brazos de la depresión. Convéncete de que nada sabes, de que tus problemas no tienen solución, de que nadie vendrá en tu ayuda ni tendrá una respuesta para ti. Luego, brama contra el mundo y véngate de todos haciéndolos sentir lo peor que puedas o, de lo contrario, regresa a tu esquina a lamentar tu impotencia, aún cuando sientas que la culpa está y siempre estará allá afuera.
Pero también puedes huir de la angustia abandonando tus propósitos, sin preocuparte por las consecuencias; o correr a pedir instrucciones y limitarte a hacer lo que te digan, sin detenerte a pensar en su razón o en su sentido. Hay tramos del camino en que uno quisiera sólo ser pasajero. Conducir todo el tiempo y en estado de alerta puede ser muy agotador. Pero recuerda que hay quienes sólo saben ser pasajeros y se pasan la vida subiendo y bajando de cualquier tren que los lleve a cualquier parte que, por lo menos, se parezca al lugar donde quisieran ir, para después quejarse por no llegar a su verdadero destino, así no sepan bien cuál es.
Erickson no estaba entre quienes creen que el cambio de comportamiento es consecuencia de un cambio previo en el modo de pensar. El había comprobado que era mejor moverse y arriesgarse a actuar de otra manera, para luego detenerse a experimentar cómo se ven las cosas desde ese nuevo lugar.
El también pensaba que somos personas distintas cada día de nuestras vidas y que la personalidad es una construcción inacabable. Por eso es que estas reflexiones me las dirijo a mí mismo o, mejor dicho, al que podría llegar a ser dentro de un tiempo, quizás en quince días, el otro mes o en unos años más. Lo hago sólo por si acaso, más adelante, en alguna circunstancia fortuita, termine olvidando o restando valor a aquello en lo que creo hoy, justo en la fecha en que termino de escribir esta pequeña nota. Porque no siempre lo vi así y ahora que los años me han permitido comprobar las ventajas de navegar con tus propios remos, aún contra la corriente, no quisiera que en el futuro, nada ni nadie me termine arrastrando río abajo.
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