Otro día se vuelve hemoglobina, te devuelve el color, las ganas de subirte al tren o de compartir una causa limeña con muchas decisiones alrededor. Se mete en el skype, se convierte en esquina, se delinea como símbolo de una mirada atenta o te llega como mensaje de texto. También es voz y por supuesto cortesías tiernas, risas inolvidables, manos, abrazos, una canción de Cabas, Gary Jules o Damien Rice. Después se va.
Aparece embalsamada por televisión encapsulando la voz con que aprendiste a escribir tu nombre o la mano de la que salieron los poemas con que fabricaste tu ternura o tu esperanza. Te sienta en pasadizos oscuros aguardando una muestra de sangre que podría traerte el ticket de un largo viaje. Te mete entre tus sábanas dejándote a solas con la melancolía. Se vuelve un frasco de pastillas o se convierte en lástima. Después se va.
Su ausencia puede ocurrir de a pocos y envolverte en la nostalgia hasta hacerte sangrar, tomar el rostro de lo imposible, confinarte detrás de los espejos, apagar tu confianza, endurecer tus dedos o encerrar en tu boca la palabra amor. Luego se va, sólo se va. Se va de tu costado o de tu lóbulo frontal, dejando tus recuerdos suspendidos en el aire. Luego se lleva el aire. Luego te transforma en recuerdo. Es un destino.
Pero aún estás aquí. Puedo adivinarlo.
Sólo que a ratos cabeceas.
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