En el año 2007, el Grupo de Expertos sobre la Sexualización de las Niñas y las Jóvenes de la Asociación Americana de Psicología de los EE.UU. lanzaron un inquietante informe que alarmaba de una sexualización creciente con importantes efectos negativos. Nada ha cambiado, todo lo contrario, el fenómeno sigue exponencialmente aumentando.
Se considera sexualización cuando:
- el valor de una persona se calibra en función del atractivo y potencial sexual, excluyendo todo lo demás;
- ese atractivo está ligado únicamente al aspecto físico y es sinónimo de sexy;
- se otorga a alguien la función de “objeto sexual” desconsiderándola como persona independiente y capaz de tomar decisiones; y
- se impone un uso sexual inapropiado, hecho especialmente grave en los menores de edad.
Todo el mundo puede ser sexualizado, pero cuando son los menores los imbuidos a una sexualidad adulta y hasta convencidos de que el principal objetivo en la vida es desarrollar una imagen y una conducta con altas dosis de sexualidad, se está “maltratando” su desarrollo e instruyendo falsamente sobre una libertad de decisión todavía incipiente y una falta de la información sexual adecuada.
Las fuentes de sexualización actual provienen prácticamente de todas partes, especialmente de los medios de comunicación. De todos sin excepción: televisión, vídeoclips, letras de las canciones, películas, series, revistas, publicidad, deporte, vídeojuegos, internet, personajes de moda, etc. Pero también de los padres, la escuela, los amigos, la moda o los juguetes. Todos sexualizan a la mujer, principal género objetivo, aunque los niños tampoco se libran. Y una vez iniciada, la autosexualización sigue moldeando la autoimagen que se forman de sí mismas las niñas, las prepúberes y las adolescentes. A nadie debe sorprenderle que el interés por los estudios decaiga o que la salud mental se vea afectada. Triunfo social deviene igual a ser físicamente muy sexys y comportarse como tal.
En una carta reciente que he recibido del escritor Rafael Sánchez Ferlosio, sensible desde hace años a este tema, me comentaba que en Castilla y León existe incluso el término menoreros para hacer referencia a los “perseguidores de menores”, individuos que buscan introducir a los niños y jóvenes en una sexualidad anómala cada vez más precozmente. Y se sorprendía, con razón, de que ningún sector de la sociedad reparase en ese fenómeno y lo desaprobara con contundencia. ¿La asunción de que el atractivo físico y el “disfraz” de sexualidad a llevar por todas partes es tan grande que nadie se da cuenta?
Las consecuencias de la sexualización son siempre dañinas e influyentes sobre la vida de las chicas y por extensión, de todas las mujeres. Y por si fuera poco, cada vez antes y con menor edad reciben esa influencia. Estos días de vacaciones he estado con mis hijos mirando a ratos la televisión. Les he pedido que me dijeran qué series o dibujos animados miran o ven y comentan con sus amigos. Sabía que había algunos programas, series sobre todo, con altas dosis de “sexualización precoz” como Hannah Montana. Pero lo que no sabía era que prácticamente todas, incluso las dirigidas a niños pequeños, contenían diálogos e imágenes que destacaban la importancia del atractivo físico y la presexualidad con todo lo que lleva asociado (lujo, belleza, descrédito a quien no los tiene, amores precoces, etc.) como aspectos primordiales de los guiones. La verdad es que he quedado “afectada” de tal magnitud de “porquería televisiva” adolescente.
La salud mental (trastornos alimentarios, de personalidad, de autoimagen, ansiedad y depresión, etc.) y física, el desarrollo de una sexualidad sana y realista, y las actitudes y creencias sobre la feminidad y el sexo, acaban convergiendo en que el valor de una mujer está vinculado a su atractivo físico. Ante la “auto-objetificación sexual” difícilmente acceden otros intereses. Pensar sobre el propio cuerpo y compararse continuamente con los ideales sexuales culturalmente establecidos disminuye el rendimiento intelectual y distorsiona claramente las motivaciones y los procesos emocionales.
El efecto dañino de la sexualización en la mujer joven se prolonga en la etapa adulta y se extiende a los chicos, a los hombres adultos y a toda la sociedad. El hombre puede creer que sólo es una buena pareja aquella que cumple con los estereotipos sexuales “aceptados”. La mujer adulta puede pasarse la vida intentando parecer siempre joven y sufriendo por ello. Y en las sociedades sexualizadas aumenta el sexismo, disminuye el interés de las mujeres por profesiones científicas, de ingeniería o tecnología y aumentan las conductas de violencia sexual y la demanda de pornografía infantil.
Las alarmas y recomendaciones del informe comentado al inicio provienen de expertos sin intención moralista, religiosa o feminista. No comportan retroceder en la libertad sexual ni en su información, sino todo lo contrario, tratan de insistir en aquello que es fuente de seguros problemas. Además esa “sexualización precoz” no facilita el disfrutar del sexo posteriormente de manera sana y libre. Querer ser muy sexy no va asociado con una buena práctica sexual ni con una libertad para ejercerla sanamente y con madurez.
Hay estrategias para minimizar la influencia de los medios sobre la sexualidad insana pero la sociedad debe querer imponerlas y proponerse abandonar ganar dinero a través de ellas. ¿Quiere?
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